Aquella tarde parecia que iva a ser como todas las demas. No ocurria nada interesante en la Posada y los marineros empezaban a abarrotar las mesas en busca de vino barato y conversacion vacia. Yo me recostaba sobre el respaldo de mi silla, haciendo que los huesos de mi espalda crujieran. El tedio se apoderaba de mi, mientras ojeaba El Cronica de Korranberg, en cuyas paginas se volvian a repetir las noticias sobre masacres y grandes batallas por todo el continente. En cierta manera, vivir en Sharn era una suerte. La ciudad estaba lo bastante lejos de la guerra, para parecer que aquello no tenia nada que ver con nuestras vidas.
De repente alguien me llamo por mi nombre:
- Caliban, tienes que escucharme ahora mismo- Dijo una suave voz de mujer-
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Otro dia insoportable de calor en Sharn, eso fue lo primero que pense cuando me desperte aquella mañana. La humedad y el calor hace que siempre me despierte empapada en sudor, aunque muchas veces ese sudor no se si es por el calor, o por las pesadillas que suelen asaltarme por la noche. Me incorpore de la cama aprisa, justo lo suficientemente rapido como para que mi mano tapara mi reflejo del pequeño espejo que tenia en la comoda de la habitacion. Ocultando mis ojos sin vida, blancos y lechosos, casi difusos, y mi tez grisacea de una tonalidad enfermiza.
-¿Quien quiero ser hoy?- Pense-
Recorde a la muchacha que vendia flores en el mercado ayer por la tarde, tenia los ojos azules y el pelo del color de las graciles flores que vendia. Rojo intenso, como el mismo color de la sangre. Aparte poco a poco la mano del espejo, y alli estaba la muchacha mirandome fijamente.
Era hora de asear el hermoso rostro que me observaba complacida desde el espejo.
Mi casa era un lugar agradable, aunque pobre y algo desordenado. Apenas si un baño y una habitacion formaba mi hogar, situado dentro de la inmensidad de la torre Hunarie. Pero podia decir que tenia suerte de tener al menos baño propio. Cuando me levante de la cama mire mi amplia coleccion de flores secas, algunas las habia conseguido gratis, y otras compradas a comerciantes Gnomos, fueron tan caras que tuve que ayunar varios dias para poder adquirirlas. Las flores son efimeras, su vida muy corta, mas comparada con la vida de las personas. Pero esas flores secas podrian conservar su belleza por los eones venideros.
Tras asearme y vestirme, dirigi un ultimo vistazo al espejo de mi habitacion. El pelo rojizo de la florista se habia tornado casi purpura, tras concentrarme un instante volvio a ser del color de la sangre. Despues de eso rebusque en el fondo del armario, hasta encontrar el diminuto pestillo que mantenia cerrado el cajon secreto, donde escondia las herramientas de mi oficio: La daga y la ganzua.
miércoles, 7 de marzo de 2007
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